Hoy soplan en México tiempos de cambio. No son pocos quienes consideran que estos cambios no siempre resultan positivos; sin embargo, lo cierto es que exigen de quienes servimos en la impartición de justicia congruencia, firmeza y compromiso con los valores que dan sustento a nuestro Estado de Derecho. Por ello, al rendir informe de mi actuar como magistrado y consejero del Supremo Tribunal de Justicia del Estado, no sólo me corresponde dar cuenta de cifras y resultados, sino también de la convicción que ha guiado cada una de nuestras resoluciones.
El 13 de noviembre de 2014 asumí con orgullo la protesta como magistrado de la Segunda Sala Civil Regional con sede en Ciudad Juárez, y desde ese día establecimos un equipo de trabajo con paridad de género, integrado por profesionales con perfiles sólidos y un compromiso incuestionable hacia la justicia. Durante este tiempo, las mujeres y hombres que formamos esta sala hemos asumido con responsabilidad la tarea de impartir justicia bajo un principio rector: que toda persona sea escuchada y tratada con dignidad.
Los resultados avalan ese compromiso. Nuestra sala se encuentra entre las de mayor índice de productividad en el estado, con más de 3,880 asuntos resueltos, de los cuales el 95% han sido confirmados íntegramente por el Poder Judicial Federal, lo que refleja la solidez jurídica de nuestras sentencias. Pero más allá de las cifras, lo verdaderamente trascendente ha sido el reconocimiento de los usuarios, abogados y justiciables, quienes han constatado que cada resolución fue emitida con apego a derecho, debidamente fundada y motivada, y siempre dentro de los plazos que la ley establece.

No menos importante, hemos procurado que la justicia tenga rostro humano. Todas nuestras resoluciones se han dictado bajo una perspectiva de derechos humanos y de género, entendiendo que la igualdad sustantiva entre las partes no es una concesión, sino una exigencia constitucional e internacional. Desde el inicio, aplicamos de manera decidida el control difuso de la constitucionalidad y la convencionalidad, garantizando que ningún precepto legal se impusiera por encima de la dignidad de la persona. Con ello, reafirmamos que el juez no sólo aplica la ley, sino que está obligado a interpretarla conforme a los principios de justicia, igualdad y protección a los más vulnerables.

La justicia que impartimos buscó siempre colocar en el centro a quienes más lo necesitan: niñas, niños y adolescentes, adultos mayores, mujeres víctimas de violencia, personas con discapacidad y grupos en situación de vulnerabilidad. Porque sabemos que una sociedad se mide no por la fuerza con la que protege a los poderosos, sino por la manera en que respalda a los más débiles.

A la par, el personal de esta sala ha sido ejemplo de profesionalismo y ética. Ninguna queja por hostigamiento o malos tratos se ha registrado en estos años. Por el contrario, el esfuerzo ha sido constante, aun cuando las jornadas de trabajo se extendieron hasta altas horas de la tarde. Quiero reconocer con especial orgullo a las secretarias y actuarias, en su mayoría madres solteras (jefas de familia), que con entrega y compromiso mantuvieron siempre en alto el prestigio de esta sala. Su dedicación ha sido un recordatorio de que la justicia no se construye en soledad, sino en equipo.
Hoy puedo decir con la frente en alto que nuestra sala ha estado libre de corrupción, de favoritismos y de cualquier práctica que denigre la función judicial. Hemos predicado con el ejemplo: puertas siempre abiertas, atención directa y un trato digno a todo ciudadano que buscó ser escuchado.
Compañeras y compañeros: impartir justicia es una de las tareas más nobles y exigentes que puede tener un ser humano. No basta con aplicar la ley; se requiere sensibilidad, firmeza, independencia y sobre todo, compromiso con los derechos humanos. Esa ha sido, es y seguirá siendo nuestra misión: que cada resolución sea un testimonio de respeto a la dignidad humana y un paso hacia una sociedad más justa, más igualitaria y más libre.
Porque al final, el verdadero sentido del derecho no está en los expedientes ni en las estadísticas, sino en las vidas de las personas que tocan a las puertas de la justicia. Esa es la causa que nos da razón de ser y la que seguirá guiando cada una de nuestras decisiones: servir a la sociedad con justicia, con dignidad y con humanidad