Ciudad Juárez no está mal… está peor. La administración municipal actual no solo ha fallado, ha traicionado el sentido básico del servicio público: proteger, ordenar y desarrollar. En su lugar, vemos una ciudad en retroceso, plagada de corrupción, muerte, impunidad y negligencia.
La Dirección de Ecología es hoy un chiste amargo: mientras los autos contaminantes y ruidosos inundan las calles y enferman a los ciudadanos, sus funcionarios solo estiran la mano para recibir moches, sin aplicar ni un solo reglamento con seriedad.
En Desarrollo Urbano, las licencias de construcción se entregan como boletos de supermercado, sin inspección, sin planeación, sin rigor. El resultado es el mismo que se repite en Juárez: muerte. Dos albañiles perdieron la vida por una obra aprobada al vapor. ¿Y quién responde? Nadie.
Protección Civil —la que debería garantizar la seguridad en emergencias— es un simple espectador de los incendios en los rellenos sanitarios. No previene, no actúa, no investiga. Y por supuesto, nunca asume su responsabilidad.
La tragedia más reciente en la carretera a Casas Grandes, donde miembros de una comunidad cristiana murieron en un accidente vial, es solo una muestra más de la inacción criminal. No hay patrullajes efectivos, no se detiene a los conductores peligrosos ni ebrios. La gran solución del gobierno: más topes, más boyas, más altos, pero ni una gota de capacitación para sus elementos.
En vez de educar al ciudadano, de prevenir y acompañar, los agentes viales se esconden como cazadores esperando su presa: infractores menores que serán extorsionados hasta llevarlos frente a jueces civiles que solo sirven a los intereses de los uniformados. El sistema está podrido, y el ciudadano está solo.
¿Y qué decir del papel de la policía municipal en la muerte de los 40 migrantes en el INM? Detenciones arbitrarias, errores garrafales, vidas truncadas. Otra herida que Juárez carga gracias a un gobierno ciego, mudo y sordo.
Todas las dependencias de esta administración están dirigidas por personas inexpertas, marcadas por la muerte, el abandono o la corrupción: una ex regidora morenista (Alma Aredondo), aferrada a tener su propio RAMM (Rescate y Adopción de Mascotas del Municipio) que de animales, sabe lo mismo, que un niño de física cuántica. Asentamientos Humanos (De la Cruz) expulsando a los juarenses de sus hogares, Desarrollo Social (Hugo Vallejo) entregando frijol podrido en despensas y ahora, como cereza del pastel, un presidente municipal obsesionado con proyectos personales, como un puente sin pies ni cabeza —el infame “puente Mario Kart”— o un estadio mal planeado, sin estacionamiento y sin propósito, y él quería uno de rodeo.
Con este equipo de inútiles e improvisados, el alcalde sueña con ser gobernador. Lo acompaña un regidor como Aldrete, cuyo único mérito es saber cómo funciona una bicicleta y cuya gran idea fue proponer licencias de conducir eternas… sin estudios, sin fundamentos, sin neuronas.
Y mientras tanto, Juárez se cae a pedazos. La violencia, la ineptitud y la corrupción ya no son excepciones: son la norma.
Esta no es la ciudad que construyeron nuestros padres y abuelos. Juárez fue forjada con trabajo, visión, empresas, educación, lucha. Hoy, con este gobierno, es arrasada por la incapacidad, la rapiña y la indiferencia.
¿Hasta cuándo vamos a tolerarlo? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que nos gobiernen personas que no entienden, no quieren y no saben hacer su trabajo?
Ciudad Juárez merece un nuevo rumbo. Uno basado en inteligencia, no en ocurrencias. En justicia, no en cuotas. En ciudadanos comprometidos, no en políticos reciclados.
Hoy más que nunca debemos preguntarnos: ¿quién le devolverá a Juárez su dignidad? ¿Quién está dispuesto a defenderla de quienes solo buscan servirse de ella? Porque si seguimos votando por colores y no por compromisos, por discursos y no por hechos, entonces el futuro de Juárez no será un accidente… será un crimen anunciado.